¿Puede la escuela del siglo XXI incluir a todos? Una mirada urgente sobre la educación y sus fronteras simbólicas Redacción del Diario TAPA DEL DÍA ¿Qué ocurre cuando una institución deja de contener y empieza a expulsar? ¿Qué pasa cuando lo que debía sostener se convierte en amenaza para las subjetividades que la habitan? Recuperando el pensamiento de Maud Mannoni sobre las “instituciones estalladas”, surge una posibilidad radical: pensar la crisis no como final, sino como apertura. Las escuelas modernas, ancladas aún en matrices industriales, intentan resistir los embates de un presente que les exige transformación. El dispositivo escolar ya no puede limitarse a formar sujetos productivos ni a reproducir moralidades heredadas. Las nuevas generaciones exigen espacios que incluyan lo diverso, lo inclasificable, lo que aún no tiene nombre pero pugna por entrar. Desde TAPA DEL DÍA, proponemos un abordaje que no teme problematizar. La inclusión de figuras como el acompañante terapéutico en escenarios educativos abre interrogantes incómodos pero necesarios. ¿Qué lugar hay para la singularidad en sistemas que aún se piensan para moldear cuerpos y conductas homogéneas? La escuela es un campo de tensiones. Entre lo que fue, lo que es y lo que podría ser, se juega algo más que el aprendizaje de contenidos: se disputa el derecho a habitar un espacio donde la subjetividad no sea sacrificada en nombre del orden. Escenas cotidianas muestran las marcas de una estructura que aún responde a la lógica del control: aulas saturadas, docentes desbordados, estudiantes medicalizados, familias en alerta. Pero también existen experiencias que señalan otro camino posible: proyectos que priorizan el vínculo, que habilitan otras formas de estar y aprender, donde la emoción no es un estorbo sino un dato fundamental del proceso educativo. El filósofo Carlos Skliar, en un contexto marcado por la pandemia, formuló preguntas esenciales: ¿Qué hacemos con nuestras vidas, con el otro, con otros? ¿Qué significa educar en un mundo atravesado por el consumo, el rendimiento y la soledad digital? Preguntas que aún hoy resuenan con fuerza y nos obligan a revisar todo lo dado por sentado. En paralelo, voces como la del educador Xavier Musons advierten sobre la falsa dicotomía entre tradición e innovación. No se trata de destruir la escuela, dice, sino de rediseñarla para que sea capaz de dar respuestas a los desafíos actuales: la desigualdad, la crisis ambiental, la exclusión cultural. Una escuela útil para la vida. Claro está que no todo cambio significa progreso. Ni toda novedad es garantía de mejora. La pregunta de fondo no es solo qué modelo educativo queremos, sino quiénes estamos dispuestos a encarnarlo y sostenerlo. Porque toda transformación es, en definitiva, una disputa política. La escuela es -y seguirá siendo- un territorio en disputa. Un lugar donde conviven lo instituido y lo instituyente. Donde lo posible entra por puertas que aún están semiabiertas. Quizás sea momento de decidir si queremos seguir empujándolas o volver a cerrarlas. <p style="margin-top: 30px;">Opinión pública: La inclusión real no se logra con decretos ni discursos, sino con prácticas que incomoden, cuestionen y propongan. Tal vez el futuro de la educación no dependa de una reforma curricular, sino del coraje para preguntarnos, una y otra vez, para qué sirve la escuela y a quiénes está destinada. <p style="margin-top: 20px;">Leé más en www.tapadeldia.com