Política

Bruno Cardinale: “Si otras ciudades pudieron prevenir el suicidio juvenil, ¿por qué no Pergamino?”

Bruno Cardinale vuelve a poner sobre la mesa un tema incómodo pero urgente: los intentos de suicidio en jóvenes. Tras el fuerte impacto de su anterior nota, ahora investiga cómo otras ciudades enfrentaron el problema y propone medidas concretas para Pergamino.

  • 21/06/2025 • 11:19

Por Bruno Cardinale | TAPA DEL DÍA

Hace unos días publiqué una nota que removió algo más que emociones. Titulada "Intentos de suicidio juvenil: Bruno Cardinale pone en agenda lo que nadie quiere nombrar", intentó encender una alarma sobre un tema que muchos prefieren evitar: los intentos de suicidio en adolescentes y jóvenes. Lo hice desde el lugar que me toca: el de padre, vecino, emprendedor y ciudadano que camina las calles de Pergamino todos los días. Lo hice porque el silencio ya no es opción.

Bruno Cardinale - Emprendedor Pergaminense. @cardinalefitness

Desde entonces recibí decenas de mensajes. Padres angustiados. Docentes sin herramientas. Profesionales que quieren ayudar pero no encuentran canales. Jóvenes que cargan el dolor de compañeros que se lastiman en secreto. Todo eso me empujó a seguir investigando, a buscar respuestas, a mirar más allá de nuestro barrio, de nuestra ciudad. ¿Qué hicieron en otros lugares donde el problema era igual o peor? ¿Funcionó? ¿Se puede aplicar en Pergamino?

La respuesta es sí. Se puede. Y se debe.

LATINOAMÉRICA HABLÓ… Y ACTUÓ

Recorrí estudios, informes, entrevistas. Encontré ciudades donde se animaron a ponerle nombre al dolor adolescente. Donde la comunidad no se escondió detrás de excusas ni minimizó lo que estaba pasando. Donde el Estado y la sociedad civil se sentaron en la misma mesa para intentar lo más difícil: prevenir lo invisible.

En Lima, Perú, por ejemplo, nació un modelo comunitario de prevención llamado ECAPS, adaptado a contextos de bajos recursos. Ahí se creó el programa "¡PEDIR!", una estrategia que articula psicólogos, líderes barriales, escuelas y familias. La clave: capacitar a los adultos que rodean a los chicos para reconocer señales de alerta, intervenir sin juzgar y sostener redes de apoyo. No se trata de reemplazar a los profesionales, sino de llegar antes. Porque en estos casos, el tiempo siempre corre en contra.

En Chile, el enfoque fue tecnológico. Allí se desarrollaron programas digitales dentro de escuelas secundarias para detectar signos tempranos de ideación suicida. Usando encuestas anónimas y herramientas interactivas, los adolescentes podían expresar lo que no se animaban a decir en voz alta. También surgió Todo Mejora, una organización que brinda contención específica a jóvenes LGBT+, un colectivo particularmente afectado por el acoso, la discriminación y la soledad. El impacto fue claro: mayor acceso a ayuda, menos estigmas, más oportunidades para pedir auxilio a tiempo.

En Uruguay, el Instituto Nacional de la Juventud impulsó la campaña "Ni silencio ni tabú", que llevó talleres de salud mental a más de 300 liceos. A la par, se sancionó una ley que obliga a registrar todos los intentos de suicidio. ¿Por qué? Porque si no se mide, no se ve. Y si no se ve, no se atiende. Hoy, Uruguay tiene una de las políticas de prevención más sistematizadas del continente, aunque aún enfrenta cifras preocupantes.

En Mérida, Venezuela, la universidad local y ONGs lanzaron una campaña llamada "Aquí Estamos". Entrenaron a más de 300 voluntarios —entre ellos, docentes, médicos y líderes sociales— para intervenir en crisis, acompañar familias, y desactivar situaciones de riesgo antes de que sea tarde. En paralelo, identificaron puntos sensibles de la ciudad (puentes, edificios, zonas sin vigilancia) e instalaron vigilancia comunitaria y señalética preventiva.

¿Y EN PERGAMINO? ¿QUÉ ESTAMOS ESPERANDO?

Estos ejemplos no son recetas mágicas. No hay un único camino. Pero todos tienen algo en común: rompieron el silencio, construyeron redes, formaron a su gente, y pusieron la salud mental juvenil en el centro de la agenda pública. Eso es lo que nos falta en Pergamino.

Hoy no contamos con un protocolo específico para atender intentos de suicidio juvenil. No hay una red de docentes capacitados, ni un mapa de contención emocional a nivel barrial. No hay una campaña de sensibilización en medios, ni programas escolares que enseñen a gestionar las emociones, a identificar el malestar, a saber cómo y dónde pedir ayuda.

Lo que propongo —como ciudadano, no como político— es crear una Mesa Local de Prevención del Suicidio Juvenil. Un espacio abierto, con participación de profesionales, docentes, referentes sociales, clubes, iglesias, periodistas, padres y —por qué no— adolescentes. Que de allí surjan acciones concretas: capacitaciones, protocolos, charlas, líneas directas, espacios de escucha, derivaciones ágiles, campañas públicas. Que dejemos de ver esto como un tema privado y lo convirtamos en un desafío comunitario.

Porque la realidad nos está golpeando la puerta. Cada vez más chicos atraviesan crisis profundas sin herramientas para salir. Algunos lo expresan con ansiedad, otros con agresividad, muchos con silencio. Y algunos —los que no alcanzamos a ver— eligen quitarse del medio. Eso no puede seguir ocurriendo.

El dolor de una familia que pierde un hijo en estas circunstancias es indescriptible. Y el vacío que deja en una comunidad, imborrable. Si algo podemos hacer, si una sola vida puede salvarse con un cambio de enfoque, entonces vale la pena intentarlo. Vale la pena todo.

No escribo esta nota con el ánimo de acusar a nadie, sino con la intención de convocar a todos. Hagamos de Pergamino una ciudad que escucha, que cuida, que se compromete. Pongamos la salud mental de nuestros chicos en el lugar que merece: en el centro de nuestras decisiones.

Gracias por leer, por compartir y por no dar la espalda. Este camino recién empieza. Y si lo caminamos juntos, puede hacer la diferencia.

Bruno Cardinale – TAPA DEL DÍA