TAPA DEL DÍA - Desde hace años, quien ose cuestionar el funcionamiento interno de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) se topa con una respuesta inmediata, virulenta y personalizada. El encargado de encarnar esa réplica pública no es otro que Pablo Toviggino, actual tesorero de la entidad, pero también el portavoz no oficial de su presidente, Claudio “Chiqui” Tapia. La reciente agresión verbal contra el jefe de Gabinete, Guillermo Francos, solo confirmó una conducta sistemática: el uso de la ironía, el autoritarismo y el agravio como herramientas de defensa del statu quo de la AFA. En este caso, el comentario de Francos sobre el regreso de hinchas visitantes en un partido entre Lanús y Rosario Central fue suficiente para desatar la furia digital de Toviggino, quien no dudó en tildarlo de “hombrecito de dientes amarillos” y desearle un “muy feliz y triste final… pronto”. El ataque no fue casual ni espontáneo. Forma parte de una dinámica instalada, cuya lógica es clara: evitar a toda costa que se cuestione el poder. Así lo padecieron, en distintos momentos, futbolistas como Lautaro Acosta; entrenadores como Carlos Tevez o Eduardo Domínguez; y dirigentes de peso como Rodolfo D’Onofrio, Andrés Fassi, Juan Sebastián Verón o Raúl Cascini. Todos recibieron una reprimenda pública que buscó dejar en claro quién manda. El mensaje de fondo es intimidante: “No te metas, no hables, no critiques”. Y lo más inquietante es que esa práctica parece contar con el aval –implícito o explícito– del presidente Tapia, más enfocado en capitalizar los éxitos de la selección nacional que en construir consensos dentro del ecosistema del fútbol argentino. Lo más grave no es solo el tono del mensaje, sino su contenido. En su publicación, Toviggino desliza que él y Tapia podrían influir en la política nacional si así lo quisieran, sugiriendo incluso que tendrían capacidad de ordenar listas del justicialismo bonaerense. Una afirmación tan desmesurada como reveladora del desbalance de roles que existe en la cúpula de la AFA. No es la primera vez que el tesorero utiliza las redes para atacar. En su enfrentamiento con Verón, lo trató de “miamense” por sus vínculos con el empresario estadounidense Foster Gillett. Sin embargo, fue la propia AFA la que anunció luego la construcción de un centro de entrenamiento en Miami, como parte de una estrategia para retener a Lionel Messi en la selección. El doble estándar queda expuesto. Mientras tanto, los verdaderos problemas del fútbol argentino se acumulan. Un torneo sobredimensionado, arbitrajes irregulares, economías clubísticas frágiles y juveniles que emigran cada vez más jóvenes para sostener a las instituciones. Ninguno de estos temas ocupa los posteos de Toviggino. La agenda se impone desde la lógica de la confrontación, no desde la construcción. Frente a la agresión a Francos, la reacción lógica debería haber sido distinta: poner en valor la exitosa prueba piloto con hinchas visitantes, después de 12 años de restricciones. Pero el tesorero eligió responder con violencia verbal, desperdiciando una oportunidad de mostrar madurez institucional. En vez de abrir espacios de diálogo para resolver tensiones, desde la AFA se opta por el escarnio público. La prepotencia reemplaza a la política. El castigo sustituye al debate. La amenaza se impone a la autocrítica. En otro tiempo, Julio Grondona tejía acuerdos con habilidad y contenía disidencias con cintura. Hoy, el único recurso parece ser el grito. ¿Es sostenible una estructura en la que se amordaza cualquier forma de disenso? ¿Puede el fútbol argentino desarrollarse con clubes débiles y dirigentes amedrentados? ¿O se corre el riesgo de reducir todo al brillo de la selección, mientras el resto se desmorona? Con carta blanca por parte de Tapia, Toviggino no solo maneja los números, sino también el relato. Pero cuando el relato se construye sobre la intimidación, la legitimidad se erosiona. Y tarde o temprano, hasta el poder más sólido necesita algo más que miedo para sostenerse. TAPA DEL DÍA