El silencio adulto y el grito adolescente: escraches, escuelas y una generación que exige ser escuchada Por Redacción de TAPA DEL DIA – www.tapadeldia.com Desde hace al menos siete años, algo profundo se agita en los pasillos de las escuelas secundarias. Los escraches —denuncias públicas realizadas por jóvenes contra sus propios pares en redes sociales— emergieron como una forma de expresión y advertencia en contextos donde la justicia institucional y el acompañamiento adulto parecían no llegar. Este fenómeno, que comenzó a ganar visibilidad entre 2018 y 2020, no puede leerse por fuera de un tiempo marcado por la irrupción del movimiento feminista y la participación activa de las juventudes en reclamos sociales históricos: el aborto legal, la igualdad de género, la lucha contra el patriarcado y el rechazo al adultocentrismo. En ese marco, el “escrache” se volvió herramienta, pero también síntoma. El escenario escolar se transformó en campo de disputa. Muchas adolescentes decidieron tomar la palabra y denunciar abusos y acosos que sufrían en vínculos entre pares. Y lo hicieron a través de redes sociales, visibilizando hechos muchas veces silenciados, sin que existiera una respuesta clara de los adultos responsables: familias, autoridades escolares o instituciones del Estado. Sin embargo, lo que comenzó como acto de justicia simbólica también dejó marcas profundas. Aislación, inhibiciones, estigmatización y hasta intentos de suicidio fueron algunas de las consecuencias de este tipo de prácticas. En muchos casos, los jóvenes escrachados, incluso aquellos dispuestos a repensar sus conductas, quedaron solos en un limbo sin contención ni orientación. Lo que se escucha en entrevistas realizadas por TAPA DEL DIA a adolescentes que participaron en encuentros y talleres, es una mezcla de convicciones y dudas. Si bien muchas jóvenes siguen considerando al escrache una herramienta legítima cuando no hay otra vía, también reflexionan sobre los efectos de exponer, sobre todo cuando el entorno no acompaña. Aparece una nueva pregunta: ¿qué pasa después del escrache? Algunas voces proponen espacios mixtos de diálogo, otras sugieren que los varones deben transitar procesos de deconstrucción en ámbitos propios. Lo que sí está claro es que la construcción de nuevas masculinidades ya no puede postergarse. Y que los adultos deben dejar de mirar desde la vereda de enfrente. El lugar del adulto, en muchos de estos relatos, aparece como una ausencia. Cuando los jóvenes hablan de “caída del Otro”, no se refieren solo al Estado o a la escuela, sino también a los padres, madres y referentes que no supieron o no quisieron alojar el dolor y la confusión de quienes se animaron a hablar. En el marco del Encuentro Plurinacional de Mujeres, Lesbianas, Travestis, Trans y Disidencias, una madre acompañante fue testigo de cómo más de 600 chicas debatían en asamblea, con argumentos, escucha, respeto por las disidencias y una conciencia política admirable. Allí también se discutió sobre los escraches, su historia, sus límites y las alternativas posibles. Se habló de la necesidad de justicia, sí, pero también de reparación, de reconocimiento, de procesos colectivos que no repliquen las lógicas punitivas del sistema que quieren cambiar. El desafío está planteado: ¿cómo ser adultos presentes sin reprimir, cómo acompañar sin invadir, cómo transformar el conflicto en una oportunidad de crecimiento para todos los involucrados? Lo que se escucha, con fuerza, es que los jóvenes no buscan modelos ideales sino interlocutores reales. No quieren etiquetas ni sanciones automáticas: quieren escucha. Quieren que el ámbito escolar vuelva a tener sentido. Y para eso, necesitan que el adulto deje de esconderse detrás de la norma y se atreva a habitar el vínculo. Enlace a la nota completa en: www.tapadeldia.com Opinión pública Tal vez el mayor peligro no reside en el escrache como mecanismo de denuncia, sino en la persistente indiferencia del mundo adulto. Si las escuelas y las familias no abren canales reales de escucha y contención, los jóvenes seguirán encontrando formas propias —aunque dolorosas— de decir lo que nadie quiere oír. Escuchar no es solo oír: es hacerse cargo.