A cien años del esplendor: cómo Argentina cayó del top 10 mundial al pelotón del medio Redacción del Diario Tapa Del Día En 1925, Argentina se destacaba como una de las naciones más ricas del mundo. Su producto bruto interno per cápita la posicionaba entre los diez países más prósperos del planeta, a la par de potencias como Canadá y Australia, y por encima de naciones que luego despegarían como Italia o Suecia. Un siglo después, en 2025, la fotografía es muy diferente: Argentina ocupa el puesto 65 del ranking global. Ha sido, de lejos, el país que más cayó en la escala de ingresos a lo largo del siglo XX y principios del XXI. Los datos son duros: con un ingreso per cápita de unos 20.000 dólares anuales, el país comparte estadísticas con economías como Albania, Sudáfrica y Tailandia. Y mientras sus "hermanos menores", Chile y Uruguay, lograron superarla, Argentina permanece estancada en un eterno ciclo de frustración y promesas incumplidas. Ya en los años 60, el economista Simon Kuznets (o al menos se le atribuye la frase) clasificaba al mundo en cuatro tipos de países: “desarrollados, en desarrollo, Japón y Argentina”. Japón por su meteórico ascenso; Argentina, por su caída inexplicable. Desde 1975, el crecimiento económico argentino se desplomó a un promedio anual de apenas 0.6%, frente al 2.5% que mantenía en las décadas anteriores. El país que supo ser faro del sur se convirtió en laboratorio del fracaso. Las explicaciones sobre este proceso abundan, y suelen agruparse en tres grandes escuelas ideológicas: nacionalista, progresista y “gorila”. Todas tienden a buscar culpables más que causas estructurales. Sin embargo, detrás de cada discurso político se esconde una hipótesis digna de ser examinada. El nacionalismo: enemigos externos, problemas internos La visión nacionalista sostiene que las potencias extranjeras, las multinacionales y organismos como el FMI han condicionado el desarrollo nacional mediante mecanismos extractivos. Esta perspectiva encuentra ecos históricos: Argentina fue duramente golpeada por la caída de la economía británica y la Gran Depresión de 1930, que marcaron el comienzo de su declive. Pero, como señala este análisis de TAPA DEL DÍA, otros países con vínculos comerciales similares –como Canadá o Australia– lograron fortalecerse frente a las mismas crisis. Las críticas nacionalistas, aunque contienen elementos de verdad, suelen soslayar una falla clave: la incapacidad crónica del Estado argentino para implementar políticas públicas efectivas. El desarrollismo, exitoso en Alemania, Corea o China, fracasa aquí por falta de capacidad institucional. En resumen: el problema no está solo afuera, sino sobre todo adentro. El progresismo: desigualdad y élites rentistas Por su parte, el progresismo –ya sea en su versión marxista o liberal– apunta contra las élites nacionales. Desde la “patria estanciera” pampeana hasta los empresarios prebendarios, esta corriente argumenta que la concentración de riqueza y poder ha saboteado las oportunidades de crecimiento equitativo y modernización. Según esta mirada, la oligarquía rural impidió el desarrollo de clases medias rurales y bloqueó políticas redistributivas que podrían haber diversificado la matriz productiva del país. Una vez más, el diagnóstico remite al rol del Estado. Tanto nacionalistas como progresistas coinciden en que el Estado debería haber intervenido para redirigir recursos hacia sectores con mayor valor agregado. Pero todos estos esquemas, en la práctica argentina, se estrellan contra la misma muralla: un aparato estatal inflado, pero disfuncional. El gorilismo: el peso de la política Finalmente, el “gorilismo” culpa al peronismo de haber instaurado una cultura política populista que saboteó la inversión, la educación cívica y el desarrollo sostenible. Esta explicación, aunque simplista y polarizante, señala con razón la degradación institucional progresiva de los últimos 70 años, marcada por clientelismo, inflación estructural y pérdida de credibilidad del sistema político. Los partidos del siglo XXI, lejos de romper con estas inercias, las reciclan. El kirchnerismo mezcla nacionalismo y progresismo de izquierda; el PRO combina gorilismo con liberalismo económico. Y la decadencia continúa. El gran punto ciego: la incapacidad estatal El gran ausente en todos los relatos es el problema más evidente: la calidad del Estado argentino. En estos 100 años, el tamaño del Estado creció, pero no así su eficacia. La burocracia se expandió, los impuestos aumentaron, las regulaciones se multiplicaron… pero la infraestructura colapsa, la educación se degrada y la seguridad es cada vez más precaria. Este es el corazón del análisis que continuará el próximo domingo en TAPA DEL DÍA: cómo la debilidad institucional, agravada por el diseño territorial del país, ha sido la causa estructural de una decadencia única en el mundo. Opinión pública razonada En la Argentina del siglo XXI, los relatos ya no alcanzan. Los datos, los rankings y las comparaciones con otros países revelan que los problemas de fondo no se resuelven con consignas ni con líderes carismáticos. La decadencia no es culpa de un solo actor, sino el resultado acumulado de errores persistentes y consensos equivocados. La única salida posible es la reconstrucción del Estado, con base en la transparencia, la eficiencia y la planificación a largo plazo. Lo demás –el FMI, el peronismo o los sojeros– son apenas los síntomas de una enfermedad más profunda: la orfandad institucional.