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Boom de las inyecciones para bajar de peso: el consumo se quintuplicó y alertan por la venta sin control médico

En menos de un año, el uso de fármacos inyectables para adelgazar creció de manera exponencial en la Argentina. Una investigación periodística reveló que se consiguen sin receta en farmacias, mientras especialistas advierten sobre los riesgos del uso estético y la automedicación.

  • 30/12/2025 • 09:28

TAPA DEL DÍA

Se convirtió en la droga del año y dejó de ser un tema exclusivo de consultorios médicos para colarse en charlas informales, reuniones familiares y brindis de fin de año. Las inyecciones para bajar de peso viven un auge sin precedentes en la Argentina: en apenas cinco meses, su consumo se multiplicó por cinco y ya hay alrededor de 150 mil personas en tratamiento.

El fenómeno, sin embargo, avanza acompañado de una fuerte señal de alarma. Una cámara oculta del programa Telenoche expuso con crudeza una realidad preocupante: estos medicamentos, que requieren prescripción médica obligatoria, se venden sin receta en farmacias y sin ningún tipo de seguimiento profesional.

“Yo vendo sin receta. La gente viene, pregunta y se lo lleva”, admite un farmacéutico en el informe televisivo. La escena se repite en distintos puntos del país. La paciente consulta si necesita orden médica y la respuesta es ambigua, pero efectiva: la inyección se vende igual, con indicaciones básicas y sin evaluar antecedentes clínicos.

Las drogas en cuestión son la semaglutida y la tirzepatida, fármacos diseñados originalmente para el tratamiento de la diabetes y luego aprobados para la obesidad. Su eficacia es indiscutida: reducen el apetito y generan descensos de peso significativos. El problema aparece cuando se utilizan fuera de indicación, sin controles y con fines meramente estéticos.

“No puede suministrarse fuera de prospecto”, advierte la médica especialista en nutrición María Virginia Busnelli, presidenta de la Sociedad Argentina de Nutrición. “La prescripción es para personas con obesidad o con sobrepeso asociado a enfermedades. No es una herramienta para bajar unos kilos de más antes del verano”, remarca.

El mercado creció de la mano de nuevos lanzamientos y una fuerte baja de precios. A los productos importados se sumaron versiones nacionales, lo que facilitó el acceso y disparó la demanda. Incluso la llegada de drogas más potentes, como la tirzepatida, promete pérdidas de peso comparables a las de una cirugía bariátrica.

Pero los riesgos existen. Las especialistas coinciden en que los efectos adversos más frecuentes son gastrointestinales, aunque también pueden aparecer cuadros más graves como pancreatitis, problemas de vesícula, deshidratación o pérdida de masa muscular. “Bajar kilos no siempre significa mejorar la salud”, advierten.

El contexto social potencia el problema. La obsesión por la delgadez se intensifica en los meses de mayor exposición corporal y encuentra un aliado poderoso en las redes sociales, donde figuras del espectáculo y referentes públicos promocionan estas drogas como soluciones rápidas. Esa difusión, señalan los médicos, genera desinformación y empuja a personas que no las necesitan a usarlas sin control.

La Organización Mundial de la Salud recomendó recientemente el uso de estos fármacos para combatir la obesidad, pero lo hizo con condiciones claras: prescripción médica, seguimiento a largo plazo y acompañamiento con cambios en la alimentación y la actividad física. La advertencia es contundente: no hay soluciones mágicas.

En la Argentina, la obesidad afecta a seis de cada diez adultos y a más del 40% de niños y adolescentes. En ese contexto, las inyecciones representan un avance médico relevante, pero también un desafío sanitario si su uso se desregula.

Opinión pública

El crecimiento exponencial de estas drogas expone una contradicción profunda: mientras la ciencia avanza con herramientas cada vez más eficaces contra la obesidad, el sistema falla en garantizar un uso responsable. Convertir un medicamento de prescripción en un producto de mostrador no solo banaliza un tratamiento serio, sino que traslada el riesgo al eslabón más débil: el paciente. El debate ya no es si funcionan, sino cómo evitar que el remedio termine siendo parte del problema.

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