La Confederación General del Trabajo (CGT) atraviesa días de máxima tensión política y sindical, signados por viejas heridas con Cristina Kirchner, un liderazgo en disputa y la necesidad de convivir con un Gobierno que avanza sobre sus históricos privilegios.  La voz del veterano Hugo Moyano aún resuena en el tercer piso de la Federación de Sanidad, donde unos veinte dirigentes debatían si acompañar la marcha en respaldo a la expresidenta. El legendario camionero, lúcido aunque cansado, zanjó la discusión: la CGT no marcharía de forma orgánica por Cristina. La decisión exhibió la fractura que arrastra el sindicalismo peronista desde aquel diciembre de 2011, cuando Moyano rompió con el kirchnerismo bajo la lluvia en el estadio de Huracán. Esta vez, la CGT eligió distancia y silencio. La presión del kirchnerismo para forzar un paro general no prosperó. La mitad de la cúpula sindical estaba en Ginebra, en la OIT, y el resto apostó a preservar la delicada unidad interna. Detrás, se mezclaron revanchas personales y el cálculo de futuro: renovar con Axel Kicillof o contener a Javier Milei para proteger los negocios gremiales y las obras sociales, hoy en rojo. La interna del clan Moyano también suma incertidumbre. Pablo Moyano, más volcado a su club de fútbol que a las negociaciones sindicales, aparece cada vez más alejado. Hugo, de 81 años, extiende su mandato hasta 2027 y evalúa sucesores con apellido propio. En paralelo, la CGT acelera su propio recambio: entre octubre y noviembre caerá el triunvirato Daer-Acuña-Argüello. Se busca un líder único que unifique a las tribus cegetistas: Jorge Sola (Seguro) pica en punta, pero nombres como Abel Furlán (UOM) y Daniel Vila (Carga y Descarga) disputan la herencia de poder. Mientras tanto, el Gobierno avanza. En la sombra, el ministro de Economía Luis Caputo coloniza la Secretaría de Trabajo y empuja paritarias con aumentos testimoniales del 1% mensual. Para tapar el desfasaje, proliferan pagos no remunerativos, que no engrosan el salario real y alivian las cargas patronales. El resultado: salarios frenados y fondos solidarios de salud en déficit histórico. Moyano, pragmático, ya blindó el aporte de empresarios a su obra social. La reforma de fondo, aún embrionaria, asusta a todos: permitir que el trabajador elija llevarse el 6% del aporte social a su bolsillo, quedando sin cobertura médica privada. Un golpe letal para un sistema de obras sociales que ya tambalea. Aunque el Ejecutivo aún no lo impulsa formalmente, la sola idea tensiona la relación con el sindicalismo. ¿Rendición o resistencia? Hoy la CGT juega a las dos puntas. En la Legislación del Trabajo duermen proyectos para recortar el poder de los gremios. El decreto que restringió el derecho a huelga encendió la alerta máxima. Y en las bases ya germina la vieja pregunta: ¿será posible resistir como en los 90 o llegó la hora de negociar la supervivencia? Diario TAPA DEL DÍA Opinión pública: Muchos trabajadores miran con recelo esta pulseada silenciosa. Se preguntan si los gremios, alguna vez garantes de derechos y salarios dignos, podrán reinventarse o si su crisis abrirá paso a un sindicalismo reducido a administrar licencias, obras sociales en rojo y acuerdos de supervivencia.